
*Este es un cuento distinto a los demás. Está dedicado a un gran amigo, a un amor de verano que tuvo y que se volvió a encontrar en una fiesta que ambos asistimos. Lamentablemente no lo he visto hace tiempo, anda un poco desaparecido. El departamento, donde se narra la historia es en Quinta Normal. Espero que les guste.*
Dos tazas de amor
Esas dos tazas, encima del mueble de la cocina, esas dos tazas de café que preguntaste si las prefería verde o amarilla, con leche o cortado, para luego reírte y decirme que elegí la opción correcta, ya que tu también hubieras elegido igual.
Hace mucho tiempo que no te veía, pero eras real, al fin. Te había soñado un montón de veces, hasta llegué a creer que había estado contigo (en la plaza de la esquina, en donde solía jugar con mis amigos a la pelota cuando era mas chico), besándote.
La noche estaba helada. . Llevabas puesto ese hermoso chaleco verde de lana, raído, que te compré mientras caminábamos por las rusticas ferias artesanales de Pichilemu. Recuerdo que me dijiste que ese chaleco era tu sueño, yo te miré a los ojos y logré captar un brillo indescriptible, metí las manos a mis bolsillos y me despedí de esa guitarra amarilla que estaban vendiendo por solo siete mil pesos.
Te alcancé la azúcar que me dijiste que se encontraba en la despensa, en el segundo estante, al lado de la caja de té y hierbas diversas. Me sonreíste y dijiste que a ti te gustaba con harta azúcar, por que te gustaban las cosas dulces, al igual que a mi y creo que es por eso que ahora estoy aquí, frente a ti, frente a esos ojos cafés, ese pelo castaño claro largo y esos labios que un día fui capaz de besar.
Comenzaste a verter la azúcar sobre las tazas amarillas, le pusiste cinco a cada una, fuiste hacia la cocina, le diste el gas, prendiste un fósforo y pusiste la tetera sobre el fuego. Me preguntaste sobre que estaba haciendo ahora, que hace tanto tiempo que no nos veíamos, que por que no te llamé, como lo había prometido momentos antes de subirme al bus que nos llevaría de vuelta a la ciudad, pusiste cara de pena, como de que algo te faltaba que sabias que te hacia feliz y mas importante aun, te hacia sentir querida y amada como tu querías. Como te lo encomendaba tu esencia de mujer.
Te respondí que estaba en la universidad, que era mi primer año, que estaba atrasado por motivos x. No te aclaré nada, te lo dejé todo al aire. Te miré a los ojos y te dije que te llamé, pero tu teléfono estaba apagado y la segunda vez que te llamé sonó y luego se desvió, pensé que no querías hablar conmigo, pensé lo peor, te borré de mi teléfono y me dije una vez mas. “El amor no existe”.
Te acercaste hacia a mi, me dijiste que era un rollento, que el teléfono se te había cortado por que no te quedaba batería, que fue una coincidencia que no deseabas que pasara en ese momento y que luego, miraste hacia el mar mientras el bus avanzaba y te despediste de todos nuestros recuerdos.
Me pasaste la taza caliente, humeante, me dijiste que tuviera cuidado que me podía quemar, me sonreíste, tomaste la tuya, también amarilla, le diste un sorbo y te declaraste como la cibarista mas grande del mundo. Me dio risa, te encontré de lo mas tierna. Olvidé la música que venia fuerte desde el living, comencé a pensar solo en ti, olvidé la fiesta, la Pancha, el Felipe, Todos, olvidé Jim Morrison que cantaba “Love me two times” desde los parlantes del toca discos, olvidé el vaso de ron que estaba esperándome hace veinte minutos, olvidé el pasado…. Me acerqué, te tomé de la cintura, sentí ese calor natural de tu piel, me sentí a gusto, me mirabas, respirabas despacio y cerca, me acerqué hacia tu oreja, te la rosé con mi nariz, bajé por tu mejilla… me dijiste que parara, que hace poco habías terminado, que necesitabas un tiempo para pensar las cosas mejor, te reíste y luego coquetamente me dijiste que no eras fácil y que mejor me tomara el café que se estaba enfriando y que no servía de nada tomárselo frió. Dueña de la razón.
Caminaste hacia la ventana, miraste hacia fuera, pensaste en algo, no sé que, tal vez en el verano.
Te pregunté si te acordabas de ese día en que nos besamos por primera vez, te quedaste callada, tomaste un sorbo de café y dijiste fríamente, con la garganta apretada “Si, si me acuerdo”. Miraste hacia fuera nuevamente, mirabas las estrellas, la luna llena, la iglesia gótica de al frente y ese edificio que se veía casi negro por el paso del tiempo. Caminé hacia la ventana, te tomé de la cintura por detrás, cuidadosamente con las dos manos. Te di un beso en el cuello, me dijiste que parara. Sigilosamente te diste vuelta, me miraste a los ojos, detuviste el tiempo, tomaste mi mano mientras sonreías y me invitaste a viajar a un lugar mágico, lejos de la fiesta pero cerca de tu alma.
Hace mucho tiempo que no te veía, pero eras real, al fin. Te había soñado un montón de veces, hasta llegué a creer que había estado contigo (en la plaza de la esquina, en donde solía jugar con mis amigos a la pelota cuando era mas chico), besándote.
La noche estaba helada. . Llevabas puesto ese hermoso chaleco verde de lana, raído, que te compré mientras caminábamos por las rusticas ferias artesanales de Pichilemu. Recuerdo que me dijiste que ese chaleco era tu sueño, yo te miré a los ojos y logré captar un brillo indescriptible, metí las manos a mis bolsillos y me despedí de esa guitarra amarilla que estaban vendiendo por solo siete mil pesos.
Te alcancé la azúcar que me dijiste que se encontraba en la despensa, en el segundo estante, al lado de la caja de té y hierbas diversas. Me sonreíste y dijiste que a ti te gustaba con harta azúcar, por que te gustaban las cosas dulces, al igual que a mi y creo que es por eso que ahora estoy aquí, frente a ti, frente a esos ojos cafés, ese pelo castaño claro largo y esos labios que un día fui capaz de besar.
Comenzaste a verter la azúcar sobre las tazas amarillas, le pusiste cinco a cada una, fuiste hacia la cocina, le diste el gas, prendiste un fósforo y pusiste la tetera sobre el fuego. Me preguntaste sobre que estaba haciendo ahora, que hace tanto tiempo que no nos veíamos, que por que no te llamé, como lo había prometido momentos antes de subirme al bus que nos llevaría de vuelta a la ciudad, pusiste cara de pena, como de que algo te faltaba que sabias que te hacia feliz y mas importante aun, te hacia sentir querida y amada como tu querías. Como te lo encomendaba tu esencia de mujer.
Te respondí que estaba en la universidad, que era mi primer año, que estaba atrasado por motivos x. No te aclaré nada, te lo dejé todo al aire. Te miré a los ojos y te dije que te llamé, pero tu teléfono estaba apagado y la segunda vez que te llamé sonó y luego se desvió, pensé que no querías hablar conmigo, pensé lo peor, te borré de mi teléfono y me dije una vez mas. “El amor no existe”.
Te acercaste hacia a mi, me dijiste que era un rollento, que el teléfono se te había cortado por que no te quedaba batería, que fue una coincidencia que no deseabas que pasara en ese momento y que luego, miraste hacia el mar mientras el bus avanzaba y te despediste de todos nuestros recuerdos.
Me pasaste la taza caliente, humeante, me dijiste que tuviera cuidado que me podía quemar, me sonreíste, tomaste la tuya, también amarilla, le diste un sorbo y te declaraste como la cibarista mas grande del mundo. Me dio risa, te encontré de lo mas tierna. Olvidé la música que venia fuerte desde el living, comencé a pensar solo en ti, olvidé la fiesta, la Pancha, el Felipe, Todos, olvidé Jim Morrison que cantaba “Love me two times” desde los parlantes del toca discos, olvidé el vaso de ron que estaba esperándome hace veinte minutos, olvidé el pasado…. Me acerqué, te tomé de la cintura, sentí ese calor natural de tu piel, me sentí a gusto, me mirabas, respirabas despacio y cerca, me acerqué hacia tu oreja, te la rosé con mi nariz, bajé por tu mejilla… me dijiste que parara, que hace poco habías terminado, que necesitabas un tiempo para pensar las cosas mejor, te reíste y luego coquetamente me dijiste que no eras fácil y que mejor me tomara el café que se estaba enfriando y que no servía de nada tomárselo frió. Dueña de la razón.
Caminaste hacia la ventana, miraste hacia fuera, pensaste en algo, no sé que, tal vez en el verano.
Te pregunté si te acordabas de ese día en que nos besamos por primera vez, te quedaste callada, tomaste un sorbo de café y dijiste fríamente, con la garganta apretada “Si, si me acuerdo”. Miraste hacia fuera nuevamente, mirabas las estrellas, la luna llena, la iglesia gótica de al frente y ese edificio que se veía casi negro por el paso del tiempo. Caminé hacia la ventana, te tomé de la cintura por detrás, cuidadosamente con las dos manos. Te di un beso en el cuello, me dijiste que parara. Sigilosamente te diste vuelta, me miraste a los ojos, detuviste el tiempo, tomaste mi mano mientras sonreías y me invitaste a viajar a un lugar mágico, lejos de la fiesta pero cerca de tu alma.