miércoles, 16 de junio de 2010

El misterioso abrigo negro







Comían golosinas, dulces amarillos, morados y verdes. También chupaban coyak rojos mientras esperaban que alguien las recogiera.


María andaba en patines, se desplazaba entre la bruma de la noche sobre cuatro ruedas verdes perfectamente alineadas. Sus amigas la envidiaban y esperaban la situación ideal para esconder sus patines y verla llorar. Esto María no lo sabía, como tantas otras cosas de la vida que pasan desapercibida frente a ella.

Las diez de la noche, anunció la radio de un auto. En el asiento delantero iba conduciendo un tipo con un largo abrigo negro que lo cubría hasta el cuello. Frenó en una esquina. Bajó la ventana. María se acercó, deslizándose con sus patines y se apoyó sobre la ventana que no estaba ni completamente cerrada ni abierta.



-¡Hola!

-Hola- decía el tipo, nervioso.

-¿Me vas a rescatar de este mundo cruel?- Preguntaba María, pasándose un coyak alrededor de sus labios. Vio que él llevaba un largo abrigo negro completamente cerrado.

El tipo miró hacia el cerro San Cristóbal, vio la estatua de La Virgen y sintió el peso de la cruz cargando en su espalda.

-¿Qué pasa? ¿Le comieron la lengua los ratoncitos?- Jugueteaba.


El tipo no respondía, estaba completamente ido. Se notaba que pensaba en algo.

-¿Hola? ¿Hola? Llamando a Señor X a planeta tierra.

-Sí, sí, discúlpame. Ven- levantó el pestillo- sube, vamos a dar un paseo.

María miró hacia atrás y se despidió de sus compañeras. Ellas miraron a otro lado. Abrió la puerta del copiloto y se acomodó en el asiento. El conductor, colocó primera y partió.


María desplazó su mano sobre el muslo del conductor. Este se dejó querer.
-¿Qué te gusta hacer? -preguntaba jadeando

-Me gusta chupar coyaks.

Silencio.

Lo único que interrumpía el mutismo era la música que sonaba baja.


María desplazaba su mano hacia arriba del muslo del conductor. Subía cada vez más. Cuando llegaba al lugar indicado, se quedaba ahí, masajeándolo.


-Basta- le apartó las manos.

-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿No le gusta pasarlo bien?- Mascó el coyak y desde dentro de este salió un chicle. Hizo un globo, se reventó y se le pegó en la cara.

El tipo no respondió nada. Durante el trayecto al lugar que tenía meticulosamente planificado, no dijo ninguna palabra. Cuando llegaron, el tipo le dijo un tanto ofuscado, que se bajara. Ella le hizo caso enseguida. Caminaron por un bosque que estaba cercano a la ciudad. El camino era oscuro así que para llegar, él tuvo que sacar una mini linterna que tenia en el bolsillo de su abrigo. La prendió y se iluminó el paisaje. Árboles lúgubres se inclinaban en los bordes de la vía, cubriendo con algunas hojas la vista del lóbrego horizonte. María avanzaba torpemente con sus patines de rueditas verdes sobre la ciénaga, estos se hundían y mojaban con barro sus pies. El la miró, la vio inocentemente quejándose de la situación, lanzando uno que otro garabato al cielo y se dio cuenta que era el día indicado. Su hermano Juan le comentó que el también lo hizo y que todo había salido completamente bien. Pero, otro hermano de él lo atemorizaba, se había vuelto adicto al juego de engañar a Dios.

La tomó de la mano y sintió su pequeña palma apoyarse contra la suya. Ambas sudaban. La trató de mirar a sus ojos, pero estos lo esquivaron, era la regla y ella no estaba dispuesta a quebrarla, al menos no todavía. Después de una incomoda brisa de viento helado, se soltaron las manos, no se sentían cómplices de nada.

Luego de caminar hasta el final del extenso pasaje, llegaron a una cabaña de madera. Él sacó unas llaves y abrió la puerta. Entraron. Ella pasó primero. El se quedo atrás, cerró la puerta con llave y se la guardó en el bolsillo izquierdo de su abrigo negro.

-¿Donde está el baño?

El tipo no respondía.

-¿Donde está el baño?- preguntó una vez mas.

-Al fondo... a la derecha.

María dio un paso ladeado con sus Roller que raspaban el suelo, luego otro y sintió algo extraño en el aire. Volteó para verificar si todo marchaba bien y vio al tipo golpeándose contra el pecho, una, dos, tres, cuatro veces.

-¿Por que-se le trababa la lengua-te pegas?

-Nada no pasa nada- decía el tipo un poco afligido- Cuando toso, suelo darme golpes...

La chica se dio media vuelta y siguió camino al baño. Enfrente de la puerta del baño, giró la manilla, prendió la luz, vio su cara en el espejo. Salió del baño y vio al tipo sentado sobre una cama que estaba en el living de la cabaña. Estaba con los codos apoyados en los muslos, con las manos cruzadas mirando hacia abajo. Llevaba encima el misterioso abrigo negro La luz era ténue. María, se sacó los patines con barro, los dejó en una esquina del baño y fue en cuclillas, sin emitir el más mínimo sonido. Cuando daba pasos, la madera crujía, dio tres mas, el hombre se percató de que venia hacia él y la quedo mirando fijo. María al ver a este hombre mirándola de esa forma quedo estática. Un incomodo escalofrío recorrió todo su cuerpo.

-¿Por qué rezas?

El tipo no respondió nada y le dijo con una sonrisa nerviosa.

-Ven, acércate, ponte al lado mío.


El tipo inclinó su cabeza hacia el cuello de ella y le dio un beso húmedo. Ella sentía el bigote áspero de él recorrer su suave piel. Le agarró los pechos y no encontró ningún relieve, mas bien era una extensa planicie la que recorría todo su torso. La chica jadeaba y frotaba excitada sus piernas.
Le desabotonó uno a uno su chalequito azul. Cuando terminó, agarró sus solapas y las separó. La niña, lo miraba, indefensa. Ella metió su mano por debajo del pantalón y sintió algo que le era bastante familiar. Movió su mano hacia arriba y abajo. De un salto, se abalanzó arriba de este y quedó encima de él.

-¿Por que no te sacas el abrigo? Esta caluroso aqui dentro.

-…


-Ya po, sácate el abrigo po


-…- el tipo esparcía sus manos por el cuerpo de ella como un animal salvaje, trataba de bajarle los pantalones.

-¡Sácate el abrigo, que así no se puede!- dijo un poco frustrada

Encima de él, agarró velozmente el cierre del abrigo y lo fue bajando forzadamente. El tipo le sacó la mano de un tirón. Demasiado tarde, ella ya lo había identificado.


Obviamente, casi todo sucedió como el tipo lo había planeado, casi y énfasis en la palabra casi. Si bien tuvo sus dudas morales, igual terminó dejándose llevar. La chica, no logró finalmente sacarle la prenda misteriosa, pero si vio su traje. Cuando lo vio, no se sorprendió, mas bien, ya era el tercero o cuarto o quinto que llevaba puesto lo mismo, no se acordaba bien, pero según ella él fue el mas caballero por que habían algunos que se les pasaba la mano, hasta se ponían a recitar, según ella, palabras de rituales extraños. Que no eran la oración del padre nuestro ni la de ave maría, eran otras desconocidas por ella, por que las anteriores ella las conocía bien, de hecho, ella también las recitaba cuando se sentía insegura o cuando se peleaba con sus amigas. Ella, la pequeñita María, le preguntó si es verdad que Dios esta en todas partes y el tipo respondió que espera que no y que creía que este también de repente se tomaba un descanso y hacía sus cosas intimas. Una vez que terminaron, el tipo se puso a llorar. Ella lo consoló como lo hacia con la mayoría de ellos y le dijo que se calmara y que a ella le gustaba acostarse con “ellos” por que se sentía divinamente protegida. Sentía los brazos de Dios, abrazándola y cuidándola en las frias noches de la ciudad de Santiago.

Algo así fue como me lo contó mi hermano Bastián, afuera del monasterio, en el café de la señora Rosa. Cuando terminó su historia, miré hacia fuera y vi en la otra esquina de la calle unas niñas peleando por unos patines. Según él, llevar el traje es fundamental, no me supo explicar bien por qué pero le haré caso, no ando de animo de romper tradiciones. Esta noche es mi turno…Que Dios no se entere.


17/8/1994.