Un hombre de cincuenta años de edad caminaba alrededor de una sala. Caminaba en círculo en forma de protesta.
- Don Rafael, Don Rafael
El Hombre al escuchar que recitaban su nombre, se tapaba los oídos, tenía claro lo que vendría después, pero este día iba a ser distinto, no estaba dispuesto a seguir sonriendo como un imbécil.
- Don Rafael, le estoy hablando. El avión va a despegar. Más que alega y después anda todo sonriente.
Alzó la mirada enfrente y siguió completando el círculo. Las palmas de sus manos cada vez presionaban más sus orejas.
- Oiga, venga para acá inmediatamente, el avión va a despegar y se va a ir sin usted. Brasil es un bonito destino para pasar la tarde.
Rafael seguía caminando en círculo, tapándose las orejas con toda su fuerza.
-Ya pué, don Rafael, venga para acá, es el momento de sus vacaciones… Don Rafael, le estoy hablando, oiga, escuche… ¡Don Rafael!
El hombre a lo lejos vio una ventana que milagrosamente estaba con las cortinas descorridas. Se detuvo, miró a través de ella y vio un hermoso paisaje, un extenso valle verde junto a un cielo esplendorosamente azulado. Sintió algunos pájaros cantar y sonrió tristemente al acordarse de su genuina felicidad.
-Don Rafael, usted no me da mas remedio.
La mujer apretó un botón que estaba debajo de su mesa y al cabo de dos minutos llegaron unos tipos vestidos de blanco corriendo hacia Rafael que miraba estáticamente hacia la ventana que estaba al final del pasillo. Lo agarraron, le subieron sus brazos a la nuca. Rafael, furioso, se trató de zafar…
- Ya hombre, tranquilícese . Lo hacemos por su propio bien. Todos los que están acá deben tener su viaje feliz.
Rafael gritaba, estaba harto de la locura que abundaba dentro de ese lugar.
Su brazo le dolía, terriblemente, lo tenía todo torcido, pero no se rendía, trataba de tirar combos hacia atrás, uno, dos, tres. Afortunadamente, le dio un puñetazo certero en la boca del estomago a uno, éste se cayó al suelo dándose un fuerte impacto. Rafael, aprovechando la situación, empujo al otro que lo sostenía y fue corriendo contra la ventana que proyectaba el hermoso valle de fondo, fue corriendo a toda velocidad, cinco, cuatro, tres metros, ya sentía el aire fresco, dos metros, los pájaros cantaban armónicamente. Saltó enfrente de ella y atravesó el ventanal, quebrándolo en mil pedazos. Al caer al suelo, desde una altura de cinco metros, dolorido, se intentó parar, puso firme sus puños contra el suelo para darse un impulso, se levantó, herido y se dirigió hacia la salida. Cuando iba a medio camino hacia su libertad se entristeció al ver que una reja de cinco metros le impedía el cruce. Cansado, trató de escalarla, empezó a subir, ya cuando estaba a punto, sintió que un tipo, lo tiraba de una pierna hacia abajo hasta que cayó al suelo. Antes que Rafael pudiera dar su última pelea, el tipo le clavó una aguja en el brazo que lo llevó, nuevamente, al mundo de las risas.
Una semana después, Rafael salió de su pieza y se puso a caminar en círculos, sin comprender porque. En unas horas más disfrutaría del rico sol brasileño junto a su imaginaria piña colada.